El genio de Proust tuvo finalmente el ensayista que merecía su obra: Gilles Deleuze. En esta magistral indagación de las leyes estructurales de su obra, Deleuze demuestra de forma inapelable cómo la experiencia de la escritura de En busca del tiempo perdido, además de movilizar lo involuntario y lo inconsciente produce sus propios procedimientos de sentido. Así Proust logra una maquinaria que funciona con eficacia invisible capturando al lector.
Deleuze descubre alternancias y oposiciones, así como diversas claves de la obra, en un proceso de aprendizaje que es al mismo tiempo el del autor y el del lector. La obra se desenvuelve armoniosamente hasta su meta final: lograr la redención gracias al descubrimiento de la verdad. Pero para Proust, al inicio de la obra no hay verdades, sólo jeroglíficos, de ahí que la «recherche» (que tiene el doble sentido de investigación y búsqueda) consista en interpretar y traducir hasta lograr que coincidan el signo y el sentido.