Nuestra ubicación geopolítica, periférica; nuestro tamaño reducido; nuestra cultura conservadora y nostálgica; nuestra relativa cerrazón a la realidad mundial; todo conspira para adormecer a nuestro querido Uruguay. Nadie parece creer que esta elección sea un evento trascendente. Se ve apenas como uno más. Que ocurre solo porque así lo marca el calendario. Nosotros no estamos mal. Tenemos certezas, estabilidad institucional, un gobierno serio, previsibilidad, parámetros económicos razonables… No es poca cosa. Pero tampoco es suficiente y, sobre todo, no está garantizado.
El mundo vive grandes cambios y va a una velocidad que no es la nuestra. No se trata de caer en una suerte de creacionismo. Se trata de abrir los ojos a lo que se debe encarar. Siempre hay cambios para enfrentar. Al mismo tiempo, vivimos tiempos de vacíos espirituales, de crisis de valores. Nuestra sociedad está muy marcada por un laicismo esterilizante que va dejando a nuestra democracia sin otro apoyo que la ley de las mayorías, sin otra ley que la positiva, sin otro eje moral que el relativismo o el emotivismo. Hay que retomar los llamados a la reflexión filosófica y teológica. Sin ella el hombre no puede aspirar a una vida plena.
El libro apunta a despertar inquietudes, a provocar razonamientos, a sacudir nuestra modorra y nuestra complacencia.